He pasado un mes sin mirar ni una película y me he percibido desplazado a la vida entera, somera y completa, como es, limpiándome de toxinas audiovisuales pero lo quiera o no pensando en cine, en cuestiones estéticas y problemáticas industriales, en que la adaptación que Ben Wheatley quiere hacer de El salario del miedo sería la tercera y volvería a ser buena, o en que el remake que Sofia Coppola planea de El seductor, con el repulsivo Colin Farrell, me parece un delito y una blasfemia, la mera idea. No veo cine pero recuerdo que dentro de E.T. iba un tío sin piernas, que antes el actor Joe Flynn se había roto una y apareció muerto en el fondo de su piscina, abismado por el peso de la escayola, y pienso que Woody Allen ya no hace películas sino que se le caen. Pensaba también en lo que opinaba el responsable de una plataforma de cine a la carta sobre la piratería: que ésta no era un problema sino todo lo contrario, un adiestrar al espectador para que ya sólo vea el cine en su máquina. Prueba superada. Roger Corman, por su parte, le dijo una vez a Ron Howard que si hacía un buen trabajo para él no tendría que volver a trabajar para él, y Brian De Palma felicitó a Joe Eszterhas por un guión que le había enviado, irresistible, perfecto, me ha encantado, no hay que tocar ni una coma, le comentó, y precisamente por eso no lo quiso para nada porque no lo podía hacer suyo. Pienso en cine y en qué puedo escribir aquí para certificar la supremacía de la realidad pero sólo se me ocurre que uno de los placeres más grandes que puede ofrecer una película es arrojar un coche por un precipicio.

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