Nazario Luque (Castilleja del Campo, 1944) llegó a Barcelona en los primeros años 70 y se puso a dibujar unos tebeos muy pasados de vueltas cuando todavía era peligroso hacerlo. Instalado en un piso-comuna junto a varios sospechosos que conformarían la escena de una ciudad que todavía no estaba difunta, pasó de la autoedición a entregar historietas en docenas de revistas contraculturales y dio el pelotazo en las páginas de El Víbora, donde desarrollaría las aventuras de Anarcoma, detective hormonado, con tetas pero también un buen rabo. Autor de álbumes como Ali Babá y los 40 maricones, Turandot o Mujeres raras, escenógrafo, pintor fino y padrino verdadero del underground barcelonés, a la Casa de Cultura de su pueblo le pusieron su nombre pero luego se lo quitaron porque se reclamó para un político.
Te iba a traer una botellita de fino pero me han dicho que hace años que no bebes nada.
Nada. Ni cerveza, ni vino ni nada. Lo dejé porque me bebía una botella de whisky todos los días, y era ya seguir y no hacer nada, de alcohólico casi sin techo, o pararlo.
Hubo una época en que todas las entrevistas las dabas borracho.
Hombre, claro, pero eso era pues porque estaba siempre borracho.
El alcohol no lo usabas para currar, entonces, como se había hecho mucho en la profesión.
No, no, lo usaba porque estaba enganchado y ya está, como el que se chutaba. Tenía dos borracheras cada día. Por la mañana bebía para quitarme la resaca, a mediodía ya estaba borracho, comía, dormía siesta y a las cinco me levantaba con resaca y a beber otra vez hasta que se me iba, me ponía bien y otra vez borracho a dormir. Era una dinámica un poco fea. Lo había intentado dejar varias veces y ésta última tuve éxito, en el ochenta y tantos, cuando empecé a pintar. Dejé de beber y dejé el cómic y me puse a pintar.
Aquellas acuarelas pacificadas… Y de pintar, pasas a escribir, ahora tus memorias.
Llevo año y medio o dos años con ellas. El problema que tengo es que de aquella etapa de borracheras guardo recuerdos muy inconexos. Tengo la ventaja de que siempre he escrito diarios, desde pequeño, y me sirve mucho de guía a la hora de rememorar, pero esa época de las borracheras es difícil. Me acuerdo, con el Camilo, que era demencial: cuando queríamos emborracharnos a tope nos íbamos al Tales, el bar éste al lado del ayuntamiento, que tenían absenta buena, el Pernod 69 que estaba prohibido en Francia, que tomaba la gente aquella y se volvían locos, y nos tomábamos unas cuantas y al salir de allí igual nos estábamos cuatro o cinco horas por ahí y al día siguiente la gente me decía que si había estado metiendo mano a no sé quién, o no sé cuántos, y yo no me acordaba de nada. Seguías funcionando pero sin memoria.
¿Y ahora, rememorando, sufres o lo estás pasando bien?
Sufro. Al escribir se sufre. Es difícil, escribir.
Pero tú habías escrito siempre, diarios, dices, pero también poemas y así.
Siempre. Y teatro y mis cosas. Siempre he escrito y he dibujado. Y cuando descubrí lo del cómic me pareció la forma perfecta para unir las dos aficiones. Escribía mis guiones y luego los dibujaba, era el formato ideal para expresarme. En las memorias estoy jugando a alternar la actualidad y el pasado. Había un escritor de teatro que me gustaba mucho, John Boynton Priestley, que hacía unos juegos de tiempo muy dramáticos, cambiando de lugar el segundo y el tercer acto, con lo cual tú veías las consecuencias y los fracasos antes que los sueños de los personajes. Ese cambio de estructuras me llegó muy dentro. Creo que puede ser interesante hablar en un capítulo de mis aventuras en el colegio de los Salesianos, con los curas, y a continuación de la actualidad, con los novios pakistaníes o lo que sea.
¿Tienes muchos novios o qué?
Afortunadamente, no tengo que salir a la calle con la edad que tengo. Otros salen a las saunas o a los bares para ligar, o por internet o lo que sea. Yo soy muy fiel; no a mi pareja, Alejandro, que ya llevo 35 años con él, sino a novios que conozco desde hace veinticinco o treinta años, que siguen viniendo por casa porque también los quiero. No tengo uno, ni dos, sino que tengo varios.
Pero no son chulos, son novios.
Novios, novios. La diferencia es que un chulo tiene una tarifa. Por mucho cariño y mucha historia, no deja de ser un tío que se gana la vida follando. Un novio, en cambio, es un tío que folla con otro porque quiere. Yo tengo amigos pakistaníes que vienen aquí una vez a la semana a follar conmigo y no follan con nadie más. O que están casados y follan con su mujer pero vienen, desde hace diez o doce años, porque les gusta follar con un tío. Tú puedes hacerle un regalo si quieres, pero al que le pagas un dinero es otra cosa, y tú sabes que él viene de estar con otro tío y que después de ti se va a ir con otro más. No es cosa que me preocupe, pero no es el mismo tipo de relación. Yo antes no conocía mucho el mundo de los chaperos, pero desde hace un tiempo viene por casa un chico que, bueno, muchas veces ni follamos siquiera, simplemente, pues si necesita algo se lo doy, y él está para aquí y para allá moviéndose, buscando. No es que yo le llame para que me haga un servicio, porque tampoco me hace mucha falta, ni a mi edad puedo dar ya tanto de mí. (más…)