Filmin acaba de retirar de su catálogo una película, motu proprio, porque su contenido entraba en conflicto con las nuevas adendas al Código Penal, desde donde se pretende prohibir definitivamente, en esa carrera ascendente de sandez que omite contemplar como parte de la arquitectura social la tarea del arte, toda representación sexual, aunque sea “simulada”, donde incurran personajes que “parezcan” menores. Los motivos que se aducen desde la consejería fiscal o como se llame el estamento correspondiente aluden a un súbdito idiota al que cada vez le estaría siendo más difícil distinguir las imágenes reales de las generadas por ordenador.
Llevamos años con esto pero por fin parece que la opinión pública está en el redil. A ello han ayudado mucho las redes sociales, donde las voces disidentes no sólo quedan diluidas en el océano de mierda caliente sino que se desautorizan en el mero uso de plataformas que hacen bandera de la censura, que es un animal preventivo y miedoso. El caso es que a día de hoy no es necesario cometer ningún delito para ser condenado. Ni siquiera se requiere una víctima porque la víctima somos todos.
Filmin se cura en salud y sostiene que esos debates no le interesan, pero en la maniobra colabora en la evolución de la mediocridad, pone en evidencia un peligroso desprecio por la libertad de expresión y olvida que si una ley es fea, injusta o anormal, nuestra primera obligación es desobedecerla. Entiendo que con la edad el miedo arrecia y que todos nos vamos cansando de combatir la imbecilidad, pero abandonar también la resistencia pasiva indica el principio del fin. Tal vez estamos ya muertos y no lo sabemos.
En CINEMANÍA
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