Hay un cine que nunca veremos y que provoca una gran inquietud en el cinéfago, un ser enfermo de gula y de más cosas que en la consumición de todas y cada una de las películas que son y han sido pretende basar su comprensión del mundo. Un loco. Uno no, muchos. También existen personas que conciben el cine como asunto simultáneo a su existencia y no contemplan el mirar películas viejas. Pero si asumimos nuestra condición temporal en el planeta, y para eso salimos a beber los viernes por la noche, es posible que se nos pase por la cabeza que esto no se acaba aquí y que el cine que se hará después de que hayamos muerto tal vez pueda molar mucho aunque todavía nos quede muy lejos. Todas esas películas que nunca veremos y de las que no llegaremos a conocer ni el título…
La alternativa a esa impotencia es soñarlas o acaso ir averiguando las películas del futuro en las que se hacen ahora, ir detectándoles indicios, dinámicas o inercias desde las que atisbar lo que se cuece. Tomar como itinerario esos títulos que nos llegan todas las semanas y que conforman lo que llamaríamos el cine contemporáneo aunque contemporáneo es también el cine antiguo, esas películas viejas que sin que lo sepamos se siguen haciendo en una forja misteriosa y que de pronto emergen como patrimonio insondable que en su audacia llega a explicarnos mejor el cine del futuro que el cine que nos corresponde, el que no podemos entender porque debemos vivirlo. ¡Es el pasado que nos viene con un presente! La actualidad es no moverse del sitio pero el futuro sólo puede explicarse en retrospectiva, saltando el presente con pértiga. Pensemos en ello. Deprisa. No hay mucho tiempo.
En CINEMANÍA
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